Ya estaba medio cansada de ser la adulta en la relación. En realidad no. No renegaba ella de su adultez. Estaba cansada de ser la única adulta en una relación con un tipo de más de 30 años.
-No me hagas decidir a mi, flaco. Vos ya sabés cómo viene la mano. Me parece que la decisión la tenés que tomar vos. Si va a seguir todo como antes, mejor no te quedes. Si tenés otra propuesta decímela o mostrámela o lo que sea, pero hacémelo saber.
El flaco, para variar, se quedó callado.
Ella aprovechó el silencio y se fue a bañar. Pase lo que pase, duerma sola o acompañada igual se iba a bañar. Y sea cual fuera la respuesta lo iba a hacer sola, como siempre. Eso de bañarse de a dos siempre le pareció una forrada.
Hacía ya dos meses que se había mudado a esta casa enorme con ventanales, persianas que andaban más o menos, roperos empotrados a la pared y una cocina inmensa. Y seguía maravillada de lo grande y cómodo que era el baño. Ya sabía que la ducha era un momento especial, íntimo, espacioso, relajante y hasta divertido. Su gata asomándose a espiar, bien en la esquinita y de lejos para no salpicarse pero embelesada con el caer del agua. Y ella disfrutando de la presión del agua y de lo profundo y ancho de la bañera.
Era la primera vez que el flaco venía a la casa. Habían dormido juntos muchas veces, pero no en esta nueva mansión que ella tenía. Él no estuvo en la mudanza, ni en la fiesta qué armó con sus amigas huérfanas socialmente y ateas para celebrar la Navidad. Tampoco estuvo en su cumpleaños ni la noche anterior a que ella se vaya de viaje. ¿Y eso qué? Eso nada. No tenía por qué estar en ningún lado. Cada tanto un mensaje si es que él estaba muy aburrido o si es que ella le escribía.
Ahora, mientras regulaba la temperatura del agua trataba de recordar concretamente cuáles fueron las cosas que él hizo como para, de alguna manera, estar presente. Y la verdad es que fueron muy pocas. De hecho no podía nombrar ninguna. Bueno, le había cuidado a sus gatos una vez que ella viajó una semana a Rosario. Pero ella vivía sola y él no. Además eran vecinos, él vivía en la manzana de enfrente de su casa anterior. Ahora que estaban a cinco cuadras no estaba segura de que él hubiese aceptado hacerlo.
Sí tenía presente, mientras se lavaba entre los dedos de los pies todas las cosas que ella hizo para hacerlo sentir cómodo y querido. Y eran un montón. Las hizo con ganas y con mucho cariño, no daba para sacárselo en cara. Pero era claro, al menos ahora pasándose una piedra pómez en los talones, que era una situación desigual. Ella había estado relacionándose con un fantasma que imaginaba que en cualquier momento iba a apoderarse de él y lo que tenían iba a ser algo distinto a lo que realmente era.
Pero eso no pasaba. No pasó nunca. Y no había bases sólidas para suponer que vaya a pasar alguna vez. Esas ganas de que él decida, pensaba ella mientras se refregaba la cabeza con shampoo mezclado con aceite de romero, eran ganas de que ese fantasma se apodere de una vez de ese cuerpo que tanto le gustaba y le dijera con esa voz amarga y de un azul oscuro y brillante que sí, que era cualquiera todo. Que cómo había sido tan boludo para no recibir, valorar y devolver en besos todo lo que ella le daba. Que había leído cada una de sus señales, que se había derretido con el poema hermoso y robado que ella le regaló en el envoltorio de su regalo de cumpleaños. Que se arrepentía por haberle bardeado a la primera canción que tocó con la guitarra, que no importa un carajo la banda de mierda que eligió, si ella iba a estar con esa cara de orto y a medio sonreír mientras intentaba que lleguen los acordes a tiempo.
Ese fantasma estaba ahí. Sobrevolaba todo el tiempo todo. Haciéndose el lindo con el fantasma de ella enamorada. Esa fantasmita que tampoco se dejaba ver del todo, por que a esta edad a una ya no le gusta llegar a una fiesta de gala, con vestido largo, arreglada, sola y sin invitación.
Ella terminó de bañarse, se envolvió el pelo oscuro y largo en una toalla celeste y su cuerpo ancho y mojado en una toalla naranja.
Salió del baño y junto con el vapor salieron los fantasmas.
El flaco seguía sentado en la cama, ahora vestido, por esa costumbre de mierda que tenía de vestirse inmediatamente después de coger que a ella tanto le molestaba.
-No sé qué decirte- dijo él.
-Invitame a quedarme y te espero siempre en la cama para acariciarte el pelo mientras te dormís- dijo su fantasma.
-No saber qué decir es una pésima respuesta, flaco. Pero es una respuesta al fin.
De todos modos, ella nunca creyó en los fantasmas.