Me duele la traición

Categories Relatos Inéditos

Las luces blancas son fuertes, más que otras veces. Las pupilas se me contraen y el pelo se me eriza. No me gusta estar acá. Confío en ella, pero esto me hace dudar. 

Cuando de la nada se pone a hablar de Noelia, ya sé que estamos por venir. Es horrible. Igual hacemos el acting de encerrarme en la cocina, me ofrece comida que nunca me deja comer. Justo hoy me quiere dar pollo, y yo no sé decirle que no a ese pedacito de comida fresca y sabrosa. Después la remera usada adentro del canasto, no vaya a ser que ensucie una toalla de verdad. Me abraza todo el camino. Los ruidos de los autos me aturden, no los puedo ni ver, me dan vértigo. Y si me pisan, y si me caigo y me quedo ahí solita, y si Amanda se va y no se da cuenta que yo me quedé ahí, y si la gente me ve y piensa que estoy enferma o sola y me llevan vaya a saber dónde, y si llueve y todo lleno de agua yo que soy cortita no puedo andar y me ahogo. Grito. Me duele la traición. La gente se da vuelta para mirarnos. Ella sonríe, como si nada, y me abraza más fuerte. Con voz suave me pide silencio, que me quede tranquila, que falta poco para llegar.

Llegamos y no podemos entrar. Hay otros esperando para que los vea Noelia. No soy muy ducha con ellos. Son enormes, tontos, con los dientes grandes. Mi cabeza pequeña y medio sin pelo entra en la boca de cualquiera. El olor me incomoda, es de algo de limpieza, pero no rico como el de la lavandina, es algo para matar todo lo que tenemos adentro, los bichos, los órganos, los parásitos. 

Amanda me deja sobre una silla. El bicho de al lado me mira de cerca. Si quiere, me empuja, me tira de la silla, rompe el canasto y me mata. Amanda no llegaría a tiempo para rescatarme. Si se acerca, también la puede lastimar a ella… Se pega al canasto para sentir el olor de la remera usada, abre su boca enorme y me larga su aliento tibio y con mal olor. Me hago un poco de pis del miedo. Se acerca un tipo y le corre la cabeza. Dice algo entre risas y se lo lleva adentro. La escucho a Noelia que lo saluda con cariño. Son unos sádicos acá.

No me gusta venir. A mi hermana le hicieron sufrir esto durante meses. A veces veníamos juntas, a veces no. A ella le gustaba mirar para afuera del canasto, así tenía su momento de conexión con el mundo exterior. Nagui siempre fue mucho más valiente que yo. Cuando Amanda la dejaba, salía a la vereda a caminar. Hasta la casa de al lado nomás. Yo la miraba desde la ventana de arriba. Ella se sentaba en el borde de la puerta y miraba pasar los autos. Alguna vez se asustaba con las motos que iba rápido y haciendo ruido y se escondía atrás de Amanda. No lloraba en el camino, pero al llegar, le peleaba a Noelia todo lo que podía. “Qué tocás, gorda puta”, le decía y la miraba con cara de odio. Noelia y Amanda se reían. Yo miraba desde adentro del canasto. No me animaba a salir, no quería que mi hermana me gritara, ni que Noelia me pinchara como a ella. Nagui se quejaba y la miraba a Amanda que, frente a su enojo, le devolvía una sonrisa. 

La última vez que fuimos juntas, Noelia dijo cosas, no sé qué, no entiendo lo que hablan. Amanda, abrazada a mi hermana, lloró. Noelia no se reía. 

Mi hermana siguió yendo, cada vez más seguido y con menos resistencia. No hacía falta ofrecerle comida, o arrinconarla cerrando las puertas. Amanda la agarraba y la envolvía con cuidado, siempre con la misma remera, y mi hermana se dejaba hacer. Una vez la gorda puta me la devolvió desmayada, con un suero pegado a su bracito flaco y sin pelo. Quedó dormida un par de horas. Amanda trataba de que no se despierte, que se quedara acostada. No quería sacarle el suero. La abrigó de más porque el desmayo le daba frío. Yo me acosté cerquita de ella para mirarla y estar ahí por si se despertaba. 

A partir de esa vez, la bolsita transparente y la aguja volvían con Nagui cada vez que la visitaban a Noelia. Cuando se le iba yendo el efecto de la anestesia, mi hermana se desesperaba. El cuerpo no le respondía, estaba como borrachita físicamente, pero todavía lúcida y enojada. Empezó a tomar un líquido a la fuerza y dejamos la comida seca y dura. Amanda nos cocinaba un poquito todos los días. Mi hermana no podía ni disfrutarlo. Tenía hambre, todo el tiempo, pero su cuerpo no la dejaba. Por más suero que le inyectaran, se notaban sus huesitos pegados a la piel clarita.

Pasó de caminar poquito y tambalearse a dejar de moverse por si misma. Amanda la llevaba a todos lados a upa, acostada en un almohadón como una reinita. Donde ella iba, yo andaba por atrás. Estuve muy asustada. Y confundida. Amanda me trató de explicar, pero no entendí nada. Mi hermana no podía ni charlar conmigo. Cuando ella dormía, yo despacio la limpiaba un poco, para que sepa que yo seguía con ella, cuidándola como podía.

La última vez que mi hermana se fue con Amanda no necesitó ningún truco. Amanda y yo dormíamos en la cama y mi hermana en un almohadón, si se acostaba en la cama no podía bajarse después. La escuché quejarse y me desperté. Ya no aguantaba más el dolor. La vi arrastrarse hasta la cama de Amanda. Se acostó sobre la alfombra. Le pregunté si necesitaba ayuda y no respondió. Estaba despierta, pero solo eso. Respiraba, pero solo eso. Su olor era distinto. Tenía pequeños espasmos, la boca abierta y, de a ratos, la lengua afuera. Se quejaba. Llamé a Amanda despacio, para que no se asustara. Esos días, lo primero que hacía al despertar era buscar a Nagui y ofrecerle agua, comida o abrigo. No hizo falta ni que se levantara. La encontró ahí pegadita. Le habló y la acarició. Se cambió y la envolvió con la remera que había usado para dormir. Llorando le cortó unos pelitos que guardó en una caja de madera. La acercó a mí. Yo no supe qué decirle, me acerqué a su carita para que sepa que yo seguía ahí. La miraba en silencio sin saber si estaba despierta o qué. Amanda me dijo algo que no entendí y se fue. Esa vez no me dio de comer antes de irse. Volvió al rato con la remera llena de nuestros olores, pero sin Nagui. Yo me había refugiado abajo de la cama. Me sacó medio a la fuerza, me abrazó y lloramos juntas un rato.

El perro negro está subido a una mesa. Tiene atado el hocico. Nagui se hubiese puesto a las puteadas gritándole cosas, aunque estuviera adentro del canasto. Yo prefiero esconderme y no hacer contacto visual. Amanda va a volver pronto. El perro está triste y le duele algo, llora, incluso con la boca cerrada.

Esta vez volvemos en la caja que se mueve. Le avisa a la persona que estoy yo ahí, se dicen cosas, ella sonríe y luego damos vueltas y vueltas y llegamos a la casa. Se dicen cosas otra vez y bajamos. Recién en el pasillo me quedo tranquila. Estamos acá, volví, Amanda no se va a ir, está cayendo el sol y casi es hora de comer. Entramos a la casa. Sigo en el canasto, Amanda sale corriendo a su cuarto, busca en sus puertas, y vuelve a salir. La caja sigue abajo, la siento. Se está yendo, me va a dejar encerrada acá. Grito, desesperada, muerdo, tiemblo, vuelvo a gritar. Otra vez, me duele la traición.

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