Elena y Lidia son amigas desde hace setenta años. En marzo se cumplieron sus bodas de titanio. Son amigas desde la primera vez que compartieron el banco de la escuela, al medio, casi al fondo, de frente al pizarrón.
Hace un poco más de quince años que no viven en la misma ciudad. Elena se mudó a Mendoza, cuando su hija quedó embarazada por segunda vez y quería seguir estudiando. Se había jubilado de directora de escuela y ponía en alquiler el departamentito del centro, el que estaba cerca de lo de Lidia. Con eso podía vivir cerca de la hija y acompañar a sus nietas. Ella había enviudado joven y sabía qué difícil era ser madre soltera.
Hace quince años que Lidia y Elena hablan por teléfono todos los días. Cuando empezaron a tener facebook, subían fotos de sus fotos de la escuela y se burlaban de lo viejas que estaban sus compañeras de grado. Se reían de los peinados de las foto Cuando empezaron los mensajes de texto trataban de mandarse, pero tardaban mucho y las pantallas eran chicas, así que siguieron hablando por teléfono. Cuando aparecieron las videollamadas se juntaban a tomar el té dos veces por semana y domingo de por medio, cuando la nieta de Elena estaba con el papá.
Aprendieron a mandarse canciones y videos de youtube. Se mandaban mails con los títulos de las canciones que tenían que buscar, se compartían música nueva y las canciones de toda la vida. Volvieron a ver videos y recitales, como cuando eran jóvenes y viajaban a los festivales provinciales solo para conocer música nueva. La nieta de Elena les había mostrado cómo ver algún concierto de otro país en vivo. Elena y Lidia estaban maravilladas con todas las canciones y discos que había y los videos y los videos con letra y los videos con letra escrita pero sin voces, para el karaoke. Todo para ellas y de cualquier época.
Elena cumplía los 80 ese año y su hija en arreglo con Lidia le regalaron la entrada para ir a ver a Luis Miguel. El ídolo, del que compraban los discos, los casetes, todas las versiones. Del que sabían las letras de todas las canciones, para cada una tenían una historia, inventada o verídica, ya no se acordaban cuál era cuál. Luis Miguel, el Sol de México. Una entrada para Elena y una para Lidia. Habían conseguido asientos adelante, como en palcos o sectores vip, en realidad no sabían, se iban a enterar cuando fueran, pero estarían cómodas y cerca del baño.
La mañana del día anterior al concierto Lidia está en su casa, ya hizo el yoga de la mañana y está pintándose las uñas de un color blanco anacarado que le contrasta con el color té con leche de sus manos. Ve en el noticiero que Luis Miguel está en un hotel cinco estrellas cerca de su casa. Por la tele no parece haber tanta gente en la puerta. Mientras espera que se le sequen las uñas, le manda un audio a su amiga para avisarle que va a ir a saludarlo, a hacerse pasar por pobrecitaviejitapobrecita y tratar de acercarse. Elena está ordenando la ropa para el viaje, sale al día siguiente bien temprano a la mañana. Escucha el mensaje y se ríe. Era como esa vez que fueron a ver a Sandro y Lidia se hizo pasar por enferma casi terminal para que puedan entrar a saludarlo. Los había convencido cuando les mostró su pelo natural, que arruinado por la tintura parecía una peluca de paciente oncológico. Le creyeron. Les invitaron comida, vino caro y whisky. Sandro la abrazó con pena y a Elena la miró sonriendo. Y qué hambre da el cáncer decían por debajo los músicos.
Lidia no aguanta la espera y sale a la calle a buscar un taxi, decidida a ver a Luis Miguel. Recuerda también la vez de Sandro y se ríe acongojada, pensando en su prima querida muerta de cáncer hace unos meses. Qué enfermedad de mierda, piensa. En el viaje en taxi le escribe a Elena. Le manda emojis de un auto, un micrófono, una cara con estrellas y no llega a mandar más porque ya llegan al hotel.
Se baja y manda otro mensaje. Elena guarda las bombachas de algodón, las más nuevas que tiene mientras escucha el plan de Lidia. Encorvarse y hacerse pasar por vieja, como si no tuviese en realidad 81 años. En un concierto de Azúcar Moreno, hace más de 30 años, en el que estaban las dos muy cerca del escenario Lidia había fingido desmayarse para que las ayuden a salir y les dieran un espacio más cómodo. Elena no sabía que era fingido y de verdad se asustó y pidió ayuda. Los de seguridad la llevaron a upa para atrás del escenario y Elena la acompañaba. Estando ahí le acercaron agua, gaseosa, comida las dejaron un rato hasta que se recuperen de la falsa descompensación.
Lidia se acerca a la muchedumbre. Parece que no es la única que le pareció una buena idea llegar a la puerta. Con la impunidad de los años se abre paso, encorvada, chillando casi, empujando con fuerza y con sus caderas grandes. Empieza a crecer el bullicio, se escucha un auto que se acerca, dos autos. El griterío explota cuando aparece el pelo rubio oscuro engominado de Luis Miguel, acompañado por otras dos personas que de a poco se acerca a la puerta a saludar. Una mujer con carpeta y handy en la mano se le acerca despacio y le habla al oído. Luis Miguel se detiene, sonríe a quienes estaban ansiando compartir el mismo aire que él, saluda con la mano, da la media vuelta y se va con el sol. El grito colectivo explota de vuelta y Lidia recurre a sus estrategias viejas y seguras. No finge un desmayo porque quería mantener la lucidez, por si de verdad le salia el truco, pero en un forcejeo con una de las mujeres que tenía al lado se hace empujar y cae al piso, gritando por Luis Miguel. Sí le duele esta vez y grita como si estuviese ardiendo en una hoguera de bruja. Hay algo que llama la atención del cantante que se da vuelta y la ve. Tratando de levantarse, bajo el rayo del sol, con las puntas de los dedos que le brillaba el nácar. Él llama a la mujer del handy y los de seguridad del hotel le acercan una silla de ruedas porque la señora ya cojea y no puede mantenerse por sí misma. Ella va en silla de ruedas con los brazos estirados hacia su ídolo, como si fuese una niña que le pide upa a su papá después de haberse tropezado con el cordón de la vereda. Él camina hacia la silla de ruedas, sonriendo, con una expresión parecida a la de Sandro aquella vez. Se muestra preocupado, le pregunta por los dolores, le agradece que haya venido a verlo, ella le pide que le firme un pañuelo para ella y uno para su hermana, Elena, que está internada, en sus últimos días, por eso no podía venir a verlo. Luis Miguel firma los pañuelos, la besa en los dos cachetes y se despide. Ella está con los ojos vidriosos de lágrimas y emoción, tiene el mejor regalo para su amiga.
Esperan un rato y llega la ambulancia. En el viaje Lidia le manda otro mensaje a su amiga contándole la situación y anticipándole que tenía un regalo especial para ella. Elena se preocupa por lo del hospital. Le avisa a Cecilia, la sobrina de Lidia, que seguramente no sabía nada, pero hace lo que puede para acompañar a su tía. En el hospital la reciben, le hacen una tomografía y una radiografía. La cadera está bien, solo moretones y un poco desgarrada una articulación. Pero en la tomografía encontraron una mancha. Lidia está sola recibiendo la noticia de la mancha. La jefa de piso habla con ella y le explica que deberían entrar de urgencia al quirófano. Que puede ser grave si no se trata ya mismo. Que ha sido una desgracia con suerte esa caída, porque esa mancha es una especie de coágulo que está por llegar a una zona del cerebro donde puede estancarse y generar un acv. Y puede pasar de un momento a otro. Que la operación no es compleja, pero sí inmediata.
Lidia pregunta si mañana podría ir al concierto. La médica le dice que si no la operan, es probable que no pueda ir a ningún lado. Pero que si entra en menos de dos horas estará afuera. Lidia firma lo que tiene que firmar y sin decirle nada a Elena entra en silla de ruedas al quirófano.
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